viernes, 28 de agosto de 2009

"Mi amigo, Platón, el beso y los juguetes..."

Cuando empecé a tener uso de razón, memoria, recuerdos y consciencia; creo que por aquel entonces también tuve mi primer amigo. De todas las tardes que pasamos juntos, hay una que quedó marcada en mi interior durante mucho tiempo y que aún sigue allí. A los seis años, todos tenemos un amor platónico y él, como todo el mundo, también encontró el suyo. Un día, me invitó a su casa y cuando llegué allí estaba ella. Y durante toda la tarde jugamos al escondite: Yo hacía como que contaba y me entretenía jugando con sus juguetes; ellos hacían como que se escondían y se entretenían besándose debajo del hueco de la escalera...

sábado, 15 de agosto de 2009

"El Alquimista"


En aquel momento, Juan, (al que cariñosamente todos llamábamos Juanillo) levantando su chupete con cuidado mientras clavaba sus ojos en el vaso de agua, obró el milagro. Mis quince hermanos y yo vimos como con gran esfuerzo convertía aquel líquido en oro. Desde ese día, nunca más volvimos a pasar hambre. Sí, lo sé, no era plomo lo que necesitaba: Le bastaba con un simple vaso de agua. En fin, una pena que Juanillo acabase perdiendo su don según iba creciendo. Seguro que a él también le gustaría seguir siendo un niño aún...

jueves, 13 de agosto de 2009

"Carlota"

Carlota nunca hablaba, ni hacía chistes ni siquiera se reía con ellos. No daba las gracias ni tenía amigos. Carlota ni leía, ni escribía, ni jugaba a la pelota o con muñecas. Carlota prácticamente no existía y sin embargo era la hermana a la que más cariño le tenía. Siempre fue una niña muy alta para su edad. Era muy lista y nunca daba problemas. Creo que pensaba que pasar inadvertida era mucho mejor que ser vista. A mis hermanos, más que pena, lo que les daba era asco. Yo, sigo pensando que lo que le tenían era envidia. Mucha envidia. También me desquiciaba a veces, no lo niego. Siempre me molestó que fuese capaz de escucharme durante horas y no decir ni una palabra. Acababa con mi paciencia eso de no saber si ella estaba o no conforme con lo que yo le estaba contando.

Carlota desapareció una mañana cuando la mandaron a comprar el pan. Ya lo he dicho, era la más inteligente de todos y parece ser que también la más valiente. Tardaron 8 horas y media en darse cuenta de que Carlota no estaba y fue porque yo lo dije.

Supongo que hoy tendrá un buen trabajo, vestirá sus mejores galas cada día y seguirá sin hablar con nadie. Aunque estoy seguro de que lo que más miedo le da, es volver a casa y darse cuenta de que ninguno de nosotros la guardamos rencor. Ya no. Me gustaría seguir hablando de ella pero creo que es inútil hacerlo si ella no piensa contestar. Seguirá escuchándome durante horas e incluso cuando yo le diga: "Carlota, vuelve. Te echo de menos" Ella no será capaz de contestar: "Yo también".



Carlota, vuelve. Te echo de menos.

"La fábrica de hacer doncellas"




La noche de reyes que mi hermana perdió la ilusión por abrir sus regalos, fue la del año en que yo descubrí el mejor regalo que a mi hermana le harían en la vida. Liado con papel de periódico (ese año en mi casa todos ayunábamos, comíamos aire y cenábamos lamentos) había un bulto enorme con el que todos mis hermanos y yo nos quedamos asombrados. Todos excepto Carlota que aunque el regalo era para ella, apenas le prestó atención y mucho menos dio las gracias.


A principios del mes de febrero, una tarde tropecé con el regalo de Carlota. Seguía en un rincón, sin el papel de periódico pero con el envoltorio. Dudé unos instantes pero al final decidí abrirlo a ver que era.




"La fábrica de hacer doncellas"




"Otro juguete de los de niñas", pensé. Durante un rato más seguí curioseando. Dentro de la caja había sobres de colores rellenos de "algo". Esa sustancia, en algunos sobres era parecida a la arena mientras que en otros se parecía más al flan. Aparte de los sobres, lo único que había era un recipiente con forma de vaso que parecía no tener fondo y un pañuelo de colorines. Miré a izquierda y derecha y noté como se me ponía esa sonrisa que mi madre dice que tengo cuando estoy tramando algo que, generalmente, suele acabar en algún desastre.


Cogí el recipiente sin fondo y eché a correr por el pasillo. A mi paso tumbé un par de floreros y al más pequeño de mis hermanos, ese que cuando se esconde, nunca conseguimos encontrarlo. Llegué hasta el lavabo, de un salto me encaramé a la bañera y me fui dejando de caer hasta poder sujetarme contra el lavabo. Coloqué el recipiente con mucho cuidado... y abrí el grifo todo lo que pude.


Deshice mi camino, borrando mis propios pasos, con cuidado de no tirar el agua y me senté junto a la caja de "la fábrica de hacer doncellas". Elegí dos sobres al azar y los vertí dentro del recipiente del agua. Le puse encima el pañuelo tal y como indicaban las instrucciones y esperé.


De pronto, de una nube de humo empezó a brotar una figura humana. Era una mujer. Recuerdo que llevaba puesto un vestido de fiesta negro, unos zapatos rojos y se recogía el pelo con un lazo del mismo color que estos últimos. Cuando conseguí dejar de mirarla con los ojos muy abiertos y la boca de par en par, le regalé una sonrisa. Marché corriendo a la cocina y regresé con un vaso de leche y un paquete de galletas.




"-Toma, merienda, que seguro que tienes hambre"- y sonreí de nuevo.




No contento con mi nueva compañera de juegos, seguí inventando durante toda la tarde con el contenido de los sobres.


La segunda, vestía una camiseta de tirantes y unos vaqueros. Parecía guapa pero apenas hablaba. La tercera llevaba puesto un vestido azul marino con lunares blancos. La cuarta olía a perfume barato, llevaba corrido el rimel y muy mal puesto el carmín. Yo no quería una amiga que llorase lágrimas de tinta. La vigésimo tercera... la vigésimo tercera que apareció fue mi madre. Estaba tan entretenido que no había oído como la llave giraba en la cerradura de la puerta. Nada más aparecer en el salón se echó las manos a la cabeza y empezó a gritar, mientras yo, todo ilusionado, pegaba saltos de alegría subido al sofá y exclamaba: "¡Mira mamá, mira!¡Míralas que guapas!¡Tendremos que ponerles nombres!¡Aquella será Alicia, esa otra Carolina... a la de la mesa podemos llamarla Estrella!"


Diez minutos después, mi madre con un secador las hizo desaparecer a todas. De ellas sólo queda alguna mancha de muchos colores en las fundas de los sillones...




Cierto es que alguna vez más subí al desván buscando la fábrica de hacer doncellas. Nunca más volví a ver a la que olía a perfume barato, llevaba corrido el rimel y muy mal puesto el carmín a pesar de que mis intentos por encontrarla, fueron muchos.




Creo que aquella navidad, el empeño que mis padres pusieron para tratar de que Carlota hiciese amigas, se convirtió en otra de las mejores tardes de mi vida.

sábado, 8 de agosto de 2009

"El vendedor de besos"

Tenía seis o siete años cuando mi abuela me contaba la historia del vendedor de besos, en las noches en que yo no podía dormir.

Mi abuela siempre empezaba diciendo "cuenta la leyenda" pero yo sabía que aquello de leyenda tenía muy poco. Después de eso, lo primero que recuerdo era como me explicaba que un día una chica conoció a un hombre...

"Ella tenía todas las mañanas la costumbre de mirar el agua del estanque que hay en el parque..."

En esta parte, mi abuela sabía perfectamente que nunca la escuchaba. De hecho, llevaba razón. A mí la parte que más me gustaba era la del final; el principio, solo lo escuché la primera vez que empezó a hablar. Siempre conseguía despertar mi atención cuando se me empezaban a cerrar los ojos...

"... y así era como aquel hombre, pudiendo conquistar a cualquier chica que quisiese, eligió precisamente a aquella: a la chica del estanque. Ella no entendió nunca por qué. El caso es que con el tiempo, le cogió tanto cariño que ya no supo nunca más desprenderse de él. No quiso que ninguna otra se llevase sus besos y para ello le hizo prometer que sólo se los vendería a ella. Desde aquel día, el vendedor de besos, lleva una pequeña bolsa de plástico siempre con él y cada vez que la abre, la gente se sorprende de no ver nada y lo toman por un loco; sus besos están tasados con un precio tan alto, que solamente ella puede verlos, elegirlos y comprar..."

Mi abuela me daba un tierno beso, apagaba la luz y se marchaba. Pero un día, cuando empecé a odiarme por crecer, empecé a hilar cosas y a tramar mi propia historia sobre el vendedor de besos y una noche, antes de que me arropase decidí armarme de valor y preguntarle a mi abuela:

-Abuela... Ser vendedor de besos... tiene que ser muy arriesgado ¿no? quiero decir, que uno puede acabar cogiendo muchas enfermedades...

-Pues si, ahora que lo pienso... si.-dijo mi abuela después de soltar una sonora carcajada.

-Como por ejemplo, enamorarse.-sonreí

-Querido, esa es la peor de todas...

Después de un gran silencio, acerté a decir:

-El abuelo era una gran persona ¿verdad? tú lo querías mucho. Hoy me he dado cuenta de que lo admiro porque quiso ser capaz de correr un riesgo enorme: Quererte. Aunque sabía que quizá eso le iba a traer cientos de quebraderos de cabeza, enfados, disgustos y por fin, pequeños ratos sonriendo... a tu lado. Vamos, yo creo que me siento orgulloso por eso, porque supo luchar contra todo eso y aprovechar esos ratitos.

Mi abuela empezó a llorar. A llorar de felicidad y emoción:

-Si. Era una gran persona. Yo también me dí cuenta hace poco de todo lo que has dicho. Sobre todo, de su valentía a la hora de correr el riesgo de quererme.

-Pues entonces tendrás que cambiar el cuento y poner algo como: "Creo que ella no entendió nunca por qué."

- ¿Y eso? ¿A qué se debe?

-A nada. Sólo que, ella si lo entiende. Además, ya sé por qué aún tienes esa bolsa de plástico que hay dentro del cajón de la mesita del abuelo; esa que para mí no guarda nada pero que lleva mucho tiempo allí. Sinceramente, creo que el abuelo te dejó un regalo muy bonito antes de marcharse...

-Lo sé; yo también lo creo...


Ya ves, yo solamente era un niño.

"A Vainillita y a Literata, por haberme soportado hasta en los ratos que ni lo merezco."

viernes, 7 de agosto de 2009

"El teniente Roger"


Todos hemos tenido un juguete al que le hemos guardado cariño de más: un osito de peluche, una muñeca, una pelota... en mi caso fue "El teniente Roger".
El día que supe de la existencia de un cuento que narraba la vida de un soldadito de plomo, yo también quise tener un compañero que hubiese participado en un conflicto importante. Tardé dos meses, quince días y siete horas en convencer a mi madre para que me comprase un solo soldado de plástico. Puedo asegurar que desde aquel momento, comprendí que es cierto eso de que cuanto más cuesta conseguir algo, más aprecio y cuidado se le presta.

De Roger poco puedo contar: Fue condecorado con la medalla al valor por sus descendimientos en paracaídas desde un quinto piso, con la medalla al sufrimiento por la patria por soportarme tanto tiempo y con la medalla del mutilado por aguantar los mordiscos de mi perro. Sobrevivió a misiones submarinas en la lavadora (dos de las veces consiguió atascarla y que yo me quedase cinco días sin postre) y a expediciones oscuras bajo la cama de donde salía perdido de pelusas casi siempre. Sin duda alguna, la misión más dura que tuvo, fue la de verme crecer y darse cuenta de que yo comenzaba a entretenerme con otras cosas: viendo la televisión, leyendo o poniendo toda mi atención en una fémina...

Hoy, he encontrado una caja de zapatos perdida de polvo entre un montón de trastos viejos. Dudando si abrirla o no, he acabado haciéndolo. Allí estaba Roger. Cuando sus ojos poco a poco le han permitido verme, primero me ha mirado con odio pero pronto ha cambiado la cara. Ha sonreído y ha respondido al saludo militar.
Entonces lo he comprendido. Roger no había renunciado a sus principios; pero aun así, ha sido capaz de perdonarme por haber desertado, alegrarse por haber vuelto a ver a un viejo amigo y hacerme un hueco otra vez en esa guerra sin cuartel de la que un día, los dos, saldremos muy mal parados...

"Debí negarme a crecer"

... y un día te encuentras perdido; necesitas que te guíen y acabas comprobando que hasta de lo más sencillo, haces todo un mundo. Cuando por fin te asalta ese día te das cuenta de que en algún momento de nuestra vida todos deberíamos tener la oportunidad de negarnos a crecer. Creo que yo, ya he encontrado la mía...

Por hoy ya es suficiente. No son horas para que un niño pequeño aún esté despierto.
----------------------------------------------------------------------------------
Siempre odié los días de colegio en los que hablabamos de las profesiones. Veía a mi alrededor futuros médicos, arquitectos, abogados, profesores... y yo sólo tenía una cosa en mente. Cuando me preguntaban que quería ser de mayor, yo lo sabía perfectamente y muy orgulloso de mí mismo contestaba:

"-Yo, de mayor, quiero ser un niño"