sábado, 18 de agosto de 2012

Un adiós que es un hasta luego.

Aunque hace mucho tiempo "abandoné" la costumbre más o menos regular de escribir por aquí, no quería dejar de lado a los que me leíais de vez en cuando.

Como lo de escribir más que una costumbre se convirtió en un vicio, os invito a que paséis por mi nuevo blog donde sí que escribo con regularidad:


Ya os enteraréis al pasar por allí que este año conseguí publicar mi primera novela.

Un abrazo.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Benidorm, La Manga, Gandía, Xeraco, Calpe, Peñíscola, Salou.

Y llegaba el verano. Tirábamos las mochilas al llegar a casa un día de mediados de junio y nos desperdigábamos cada uno por nuestro lado. Mi madre siempre se quejaba de que al llegar esta fecha "pululábamos libres a nuestro propio antojo".- como decía ella.
Lo cierto es que nos encantaba. Unos íbamos a la piscina o dormíamos hasta que nos cansábamos. Nos solía gustar la rutina, el calor, la época del año en la que por fin éramos libres para aburrirnos. Jugábamos a toda clase de cosas que ya estaban inventadas y, sobre todo, a las que nos inventábamos. Volvíamos a casa con las rodillas ensangrentadas de jugar al fútbol en el parque. Montábamos en bici, pasábamos las tardes en el campo, merendábamos. Nos acostábamos tarde, veíamos la tele, leíamos. Discutíamos, eso sí, cada día con un hermano diferente que para eso éramos muchos.

Y llegaba el verano, y con él las vacaciones en la playa a finales de agosto. El sol abrasador haciendo castillos de arena, el agua salada y la dulce, el protector solar factor 15 y el color rojo bermellón que cogía la piel del pequeño Juan. Las paellas de mamá en la playa, las interminables sobremesas, las discusiones de media tarde por ver quién se duchaba primero y quién podía estar un rato más en la piscina. Eran los ocho días de vacaciones de mi madre y los ocho días para los que mi padre había trabajado todo el año. Sus ocho días que no dudaban en compartir con nosotros, en llevarnos a todos (incluso a mi hermano Paco que siempre suspendía alguna todos los veranos) al fin del mundo si hacía falta...

Y llegaba el verano y por supuesto, también el final. Aún hoy conservo cientos de fotos de gente alrededor de una mesa después de comer o en la playa enterrados bajo la arena. Imágenes que sirven para que no olvidemos que, a finales de agosto, tenemos una cita pendiente.

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He vuelto. Voy a quitarle el polvo a todos los rincones que dejé por aquí...

domingo, 28 de noviembre de 2010

Inciso.

Era uno de esos días en los que le apetecía quedarse dormido en el sofá, o en la cama pero escuchando música. De esas veces que la esperaba medio despierto en la cama porque sabía que cuando ella llegase, se afanaría en besarlo y después abandonarse y dormir.



miércoles, 24 de noviembre de 2010

Desaparecido en combate.

Ya conté la historia de Roger en una de mis primeras entradas. Sin embargo aún no conocéis la historia de otro de mis soldados de plástico que no tuvo la suerte de sobrevivir.

Fue el primero que desapareció en combate un verano cuando lo olvidé por la noche al raso. A la mañana siguiente, de que quise darme cuenta dónde lo había dejado, había muerto abrasado bajo las llamas del sol.

Creo que ahí aprendí que hasta las cosas que más se aprecian y valoran se marchan. Hay cosas que se rompen y que no tienen arreglo y otras que se pierden. No le dí más vueltas porque así tenía que ser, porque por muchos berrinches que pillase, mi primer soldado de plástico no iba a volver nunca más.

lunes, 15 de noviembre de 2010

lunes, 8 de noviembre de 2010

¡Que viene el coco!

La primavera de 1993, mi hermano Nacho (Ignacio para mi madre) conoció a una chica de la que quedó locamente enamorado. Hasta aquí todo bien pensaréis. ¿Y si os digo que la llamábamos "el coco"? En ese caso, supondréis que la chica era poco agraciada.

Lejos de ser fea, la chica era preciosa; o por lo menos, guapa. Pero un día mi hermano llegó con el corazón destrozado y Nacho no pudo volver a verla ni en fotos.

Fue mi hermana pequeña, Alicia, la que al ver llorar a mi hermano cada vez que la nombrábamos, entendió que era algo malo... y empezó a llamarla "el coco". Lo mismo que le decíamos a ella cuando queríamos asustarla para que no hiciese algo y lloraba.

Y de ahí el origen de que la "futura mujer de la vida de Nacho" (la número 18) tuviese el pseudónimo de "el coco".

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Como ya he dicho en el otro blog, prometo empezar a contestar todos los comentarios en la misma entrada... cosa que hasta el momento no he hecho! =)

sábado, 30 de octubre de 2010

Manías y costumbres en el desayuno.

Como esa manía de desayunar siempre el mismo número de galletas y mojadas de dos en dos...

...Y la costumbre de echarse el vaso de leche encima cuando llegaba tarde a todos sitios y tenía que cambiarse de ropa.

Cosas como esas hacían que sonriese por las mañanas durante un instante.