
En aquel momento, Juan, (al que cariñosamente todos llamábamos Juanillo) levantando su chupete con cuidado mientras clavaba sus ojos en el vaso de agua, obró el milagro. Mis quince hermanos y yo vimos como con gran esfuerzo convertía aquel líquido en oro. Desde ese día, nunca más volvimos a pasar hambre. Sí, lo sé, no era plomo lo que necesitaba: Le bastaba con un simple vaso de agua. En fin, una pena que Juanillo acabase perdiendo su don según iba creciendo. Seguro que a él también le gustaría seguir siendo un niño aún...
No hay comentarios:
Publicar un comentario