jueves, 13 de agosto de 2009

"La fábrica de hacer doncellas"




La noche de reyes que mi hermana perdió la ilusión por abrir sus regalos, fue la del año en que yo descubrí el mejor regalo que a mi hermana le harían en la vida. Liado con papel de periódico (ese año en mi casa todos ayunábamos, comíamos aire y cenábamos lamentos) había un bulto enorme con el que todos mis hermanos y yo nos quedamos asombrados. Todos excepto Carlota que aunque el regalo era para ella, apenas le prestó atención y mucho menos dio las gracias.


A principios del mes de febrero, una tarde tropecé con el regalo de Carlota. Seguía en un rincón, sin el papel de periódico pero con el envoltorio. Dudé unos instantes pero al final decidí abrirlo a ver que era.




"La fábrica de hacer doncellas"




"Otro juguete de los de niñas", pensé. Durante un rato más seguí curioseando. Dentro de la caja había sobres de colores rellenos de "algo". Esa sustancia, en algunos sobres era parecida a la arena mientras que en otros se parecía más al flan. Aparte de los sobres, lo único que había era un recipiente con forma de vaso que parecía no tener fondo y un pañuelo de colorines. Miré a izquierda y derecha y noté como se me ponía esa sonrisa que mi madre dice que tengo cuando estoy tramando algo que, generalmente, suele acabar en algún desastre.


Cogí el recipiente sin fondo y eché a correr por el pasillo. A mi paso tumbé un par de floreros y al más pequeño de mis hermanos, ese que cuando se esconde, nunca conseguimos encontrarlo. Llegué hasta el lavabo, de un salto me encaramé a la bañera y me fui dejando de caer hasta poder sujetarme contra el lavabo. Coloqué el recipiente con mucho cuidado... y abrí el grifo todo lo que pude.


Deshice mi camino, borrando mis propios pasos, con cuidado de no tirar el agua y me senté junto a la caja de "la fábrica de hacer doncellas". Elegí dos sobres al azar y los vertí dentro del recipiente del agua. Le puse encima el pañuelo tal y como indicaban las instrucciones y esperé.


De pronto, de una nube de humo empezó a brotar una figura humana. Era una mujer. Recuerdo que llevaba puesto un vestido de fiesta negro, unos zapatos rojos y se recogía el pelo con un lazo del mismo color que estos últimos. Cuando conseguí dejar de mirarla con los ojos muy abiertos y la boca de par en par, le regalé una sonrisa. Marché corriendo a la cocina y regresé con un vaso de leche y un paquete de galletas.




"-Toma, merienda, que seguro que tienes hambre"- y sonreí de nuevo.




No contento con mi nueva compañera de juegos, seguí inventando durante toda la tarde con el contenido de los sobres.


La segunda, vestía una camiseta de tirantes y unos vaqueros. Parecía guapa pero apenas hablaba. La tercera llevaba puesto un vestido azul marino con lunares blancos. La cuarta olía a perfume barato, llevaba corrido el rimel y muy mal puesto el carmín. Yo no quería una amiga que llorase lágrimas de tinta. La vigésimo tercera... la vigésimo tercera que apareció fue mi madre. Estaba tan entretenido que no había oído como la llave giraba en la cerradura de la puerta. Nada más aparecer en el salón se echó las manos a la cabeza y empezó a gritar, mientras yo, todo ilusionado, pegaba saltos de alegría subido al sofá y exclamaba: "¡Mira mamá, mira!¡Míralas que guapas!¡Tendremos que ponerles nombres!¡Aquella será Alicia, esa otra Carolina... a la de la mesa podemos llamarla Estrella!"


Diez minutos después, mi madre con un secador las hizo desaparecer a todas. De ellas sólo queda alguna mancha de muchos colores en las fundas de los sillones...




Cierto es que alguna vez más subí al desván buscando la fábrica de hacer doncellas. Nunca más volví a ver a la que olía a perfume barato, llevaba corrido el rimel y muy mal puesto el carmín a pesar de que mis intentos por encontrarla, fueron muchos.




Creo que aquella navidad, el empeño que mis padres pusieron para tratar de que Carlota hiciese amigas, se convirtió en otra de las mejores tardes de mi vida.

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